lunes, 8 de septiembre de 2014

Capitulo 2 Pendejo

En México´
En México una de las muchas cosas que me sorprendieron se encontraba la palabra “pendejo”. Un insulto más o menos similar a nuestro  “gilipoyas”, al “huevón”, de Chile”,  o al “pelotudo”, de Argentina.

Total, que me gustó la palabreja esa. Y aun más cuando me la explicaron por medio de un chiste o un cuento: “Estaba Cristo explicando su evangelio  cuando le advirtieron que  su amigo Lázaro había fallecido. Fue hasta donde éste vivía y al ver el cadáver, dijo: ‘lázaro, levántate y anda. Y Lázaro se levantó y andó…’. ” Anduvo, pelotudo!”,  le corrigió su interlocutor. ‘.’Bueno, sí, anduvo pelotudo, unos días; pero luego, luego, se compuso y ya anduvo bien”.
Confieso que tal vez el chiste no sea muy fácil de comprender. Pero también confieso que a mí me hizo tanta gracia que no puede resistirme a contarlo.
Y volviendo al “pendejo” yo no sabía lo que significaba en correcto castellano, o  simplemente era correcto o incorrecto
Y estando en esas cogitaciones vino a mi memoria un episodio vivido en mi primera juventud. Cuando mi familia vivía en La Guardia, un  hermosísimo pueblecito pesquero de la provincia de Pontevedra, donde mi padre era profesor de enseñanza  primaria. Tendría yo entonces ocho o diez años.  Entre mis amigos y compañeros de la escuela de mi padre, se encontraba uno, llamado Fernandiño  (Fernandito), que tenía una virtud única en aquel momento:  una hermana hermosísima, o más bien, buenísima.

Se llamaba Florida, realmente un nombre muy adecuado, de la que todos estábamos un poco enamorados. Vivía en una calle perpendicular a la mía y yo la veía cada vez que iba y venía de la escuela.

Pues bien yo no sé si aquel comercio se le ocurrió a Fernandiño o fue consecuencia de sus conversaciones con algún condiscípulo. Lo cierto es que un día apareció con unos pelitos  más o menos cortos envueltos en papel seda. Y Los vendía. Nos pidió por cada uno de ellos 0.50 céntimos de peseta, entonces una  pequeña fortuna para todos nosotros, que llevábamos 0.10 o 0.15 céntimos en el bolsillo  habitualmente.

Pero aquella oferta tuvo una rápida aceptación. Y cada día vendía no menos de diez pelitos.
¿Qué eran aquellos cortos cabellos? Pues ni más ni menos que pelos púbicos de su bellísima  hermana.
No recuerdo si su peculiar comercio era conocido, y consentido, por Florida o si los conseguía
sin el conocimiento de ella.      
Y así fue como  descubrí  el significado exacto de la palabra “pendejo”.  Que no es otro que un pelo del coño.                      

.                          José Antonio Rodríguez Couceiro.