viernes, 24 de mayo de 2013

Primer Capítulo. México y los mexicanos.

               En 1967 terminé por fin la carrera de periodismo en la Escuela Oficial de Madrid, en la calle General Haya. Desde   dos años antes, trabajaba “en prácticas” en La Agencia Efe pero como solía ocurrir en aquellos tiempos, tras uno o dos períodos  de prácticas en otros tantos veranos,  las empresas solían contratarte… a no ser que lo hubieras hecho muy mal durante las prácticas.
La decisión de la Agencia no me tomó desprevenido ya que unas semanas antes del término de mi período de prácticas, coincidí con el señor Marañón, Subdirector de la Agencia EFE en la barra del Bar Caibú, situado frente la entrada principal de la agencia, en la calle Ayala 5. Como quien no quiere la cosa, le comenté que me ya me iba a ir de la Agencia porque finalizaba el período de prácticas de aquel año y que lo iba a sentir mucho porque me encontraba muy a gusto  con el rumbo latinoamericano que la Agencia  había tomado en los últimos meses, etc, etc. 
Efectivamente, y por primera vez, la Agencia Efe tenía la voluntad de convertirse en una agencia Internacional de contenido principal hispanoamericano y con Carlos Mendo como Presidente, estaba en mejor camino de serlo. Mendo, con su experiencia en la norteamericana UPI, era la persona ideal para llevar a cabo la empresa.          
Y, naturalmente, lo que iba  echar de menos el trabajo en la nueva Efe. El señor Marañón me dijo que no me preocupase demasiado.. Que Efe no solía dejar escapar a los periodistas en prácticas que habían demostrado valía. Que ese era mi caso. Y que la Agencia seguramente pronto  me “ficharía”, con todas las de la ley. Hice un esfuerzo para no dar saltos  de alegría y me fui a mi casa más contento que unas pascuas. 
Dos años de trabajo en Madrid, sobre todo en temas que tenían que ver con  noticias  relacionadas con actividades políticas, de comercio, cultural, deportivas y de todo orden  entre España y los países hispanoamericanos. Y me llegó la esperada  propuesta de ir de corresponsal al un país extranjero. Me propusieron Roma, en primer lugar. Pero a mí me atraía mucho más una nación americana, hispanoamericana, principalmente México, o Chile. O Argentina. La primera oportunidad se presentó  en México . Naturalmente respondí que sí.
                    Me fui con la conciencia de que iba a trabajar en una (en “la”) Agencia Hispanoamericana que por fin se iniciaba. Con sede en España. Al fin, una agencia de noticias española con la voluntad de convertirse en una Agencia Hispanoamericana.   
              A partir de aquel momento, en mí, todo se redujo a  mi futuro viaje: hablé con un amigo mexicano, que trabajaba también en Efe: José Luis Lucero. José Luis me hizo una crítica a la información que transmitía Efe desde México –que yo compartí plenamente- que era excesiva  la abundancia de noticias de sucesos ( asesinatos, despeñamiento de autobuses, caída de aviones, los peculiares “avionazos”,  etc.) en detrimento de noticias de carácter político, o social, cultural y otras del mismo género.
Tan de acuerdo estuve con mi amigo, que mientras estuve en México prácticamente no transmití ni uno solo de los sucesos que cada día, o días, se producían en aquel país. Incluso una “bomba” que me llamó tremendamente la atención:
En una zona deshabitada, del estado de Guerrero, un hombre y una mujer caminaban por el campo cuando el varón se metió en una zona de arenas movedizas y  quedó sumergido hasta la cintura . La esposa gritó pidiendo socorro pero nadie contestó, por no  haber ningún núcleo urbano cerca. La mujer viendo que su marido se seguía hundiendo corrió hasta encontrarse con un grupo de trabajadores. Les dijo lo que sucedía y se encaminaron hasta el lugar donde su marido luchaba por salvar la vida. Pero al poco tiempo, los hombres decidieron violarla.   
Corrió de nuevo la señora, en busca de otra gente que la pudiera ayudar a salvar a su marido. Encontró a otro grupo de hombres que se prestaron a socorrer al marido. Pero  en el camino  hacia la laguna, nuevamente fue sometida y violada. Total que cuando  nuevamente llegó hasta su marido, éste ya había fallecido ahogado.
La noticia era superlativa, pero yo, consecuente con la decisión que había tomado, no la transmití a Madrid, la Central. Hasta ese punto cumplí la promesa que me había hecho. Y aun hoy creo que fui muy exagerado y que seguramente había cometido una falta con la agencia.
Cuando el avión tomo tierra en el aeropuerto de México, me encontré con la  grata sorpresa de que me esperaba una chica joven (de menos de 20 años, morenita y medianamente bonita )  .Me dijo  que trabajaba en la delegación de Efe en México, en calidad de becaria y que el delegado (primera autoridad de la delegación) le había pedido que me viniera a buscar.. Se llamaba Tere o Teresa Weiser, hija de mexicana y alemán.
En un auto grande, un Ford, me condujo a un hotel próximo a las oficinas de Efe, en la calle Vallarta. Tere sería, en adelante, mi compañera  en la búsqueda de informaciones, y mi transporte en todo lo que tuviese que hacer por el de Efe (Distrito Federal, la denominación usual para referirse al Ciudad de México).
El tema de conversación más frecuente entre Tere y yo, era todo lo relativo a  la conquista y colonización de México:  Hernán Cortés, el trato dado  por los españoles  a los indígenas, etc, etc. Tere tenía una visión  muy particular y negativa de la de la experiencia de  España y los españoles en el país , muy común en los mexicanos.                          
                       Que si los españoles habían destruido la cultura mexicana,  que si Hernán Cortes le había quemado los pies a Cuhautemoc, que  si  a los españoles solo les había interesado el oro, si los indios habían sido  convertido en esclavos  y afirmaciones más o menos semejantes….. En fin era una lata hablar con Tere o con cualquier amigo mexicano: inevitablemente saldría el asunto a cola.
Por lo demás, los mexicanos me parecieron muy amables, simpáticos, y amistosos con nosotros los españoles. Y yo no comparto  la extendida especie de que sienten aversión por nosotros y que incluso nos odian. Creo, por el contrario, que en su mayoría, nos quieren y nos admiran.  Y esto no lo digo únicamente por mi íntimo amigo Carlos Ferreira, sino por la legión de amigos y compañeros que  hice en los dos años escasos que  permanecí, por primera vez, en ese país.
Y ahora comentaré una anécdota que refleja hasta que punto éramos amigos  Carlos y Male,  su mujer, y nosotros, Vicky y yo. Yo le había propuesto a Carlos, mexicano, que era redactor de la Agencia Cubana, Prensa Latina en México, que ellos fuesen los padrinos de algún hijo que tuviéramos en México y nosotros seríamos los padrinos de alguno que tuvieran ellos. Dicho y hecho. Vicky me hizo padre por segunda vez (ya teníamos una niña, nacida en Madrid). Y Malena se embarazó en el último mes que pasábamos en México. Tuvieron una niña y esperaron los 13 años  que tardamos en regresar a México para bautizarla. .
Pero lo que verdaderamente me preocupaba era la fobia que hacia notros experimentaba Tere hasta que un día  descubrí el por qué: estábamos en una cafetería de la cadena  “VIPS” tomando un café y salió el inevitable tema a discusión. Y en un momento, muy acalorado de la conversación, Tere me dijo de muy mal modo: “Lo que yo no perdono a los españoles es que no hubieran matado a todos los indios”.  Me quedé de piedra: que Tere hubiese dicho tal cosa  No me atreví a responderle en aquel momento.
                     Unas  semanas más tarde, estando en la casa familiar de Tere, en la ciudad de Córdova, me presentó a su familia. A su madre, una india auténtica, con trenzas; a su hermana, Juanita, una joven muy rubia y bonita. Una auténtica walkiria. El padre, alemán , había fallecido años atrás. Comprendí  que ahí estaba el problema. Si los españoles hubiesen matado  a todos los indígenas, como me había dicho, no había posibilidad alguna de que ella hubiera nacido con los rasgos indios, heredados de su madre.
  Tere se sentía eclipsada por su hermana, blanca y muy rubia, el ideal de todas las mexicanas. Lo contrario a ella y a su madre. Tere había salido igual a su madre; Juanita a su padre, alemán.
 Su razonamiento, pensé, era el siguiente: Si los españoles hubieran matado a todos los indígenas, como me había dicho, ella sería también blanca y rubia, como Juanita.  Y ella no sería “la negrita” sino la “güera”, que es como se llama el México a todos los más o menos blancos. 
El factor de la herencia era lo virtualmente dividía los mexicanos entre “nacos” (hombres con visibles rasgos indígenas, de tez oscura) y blancos o güeros. Ese es el factor principal que diferencia a los mexicanos, hasta crear una especie de guerra civil anímica entre blancos e  indígenas.
Y esa suerte de absurdo finalmente terminará cuando todos los mexicanos reconozcan  como auténtico Padre de la Patria a don Hernán Cortés y Altamirano y le erijan un monumento en una plaza principal del paseo de La Reforma, la principal arteria de la Ciudad de México, equivalente a lo que en Madrid sería una mezcla entre la Gran Vía  y la Castellana. 
El avión ya rodaba por el aeropuerto de Barajas; estábamos en Madrid. Al final sufrí una  medianamente grande decepción: no me habían ido a recibir nadie de mi familia, ni de mi agencia. Mi  “muerte” y mis cónicas en “ABC” no habían  suscitado la atención  que yo había supuesto.   (seguirá)

José Antonio Rodríguez Couceiro